Era temprano y tanto el día como yo habíamos amanecido hacía demasiado poco. Todavía tenía los ojos entrecerrados como un cachorrito recién nacido y mis cuerdas vocales aún no habían emitido sonido alguno. Siendo tan temprano podía elegir sentarme en cualquier lugar del colectivo pero decidí sentarme justo al lado de ella que leía el último libro de Murakami. Me refregué los ojos, corregí mi voz y con una seguridad enternecedora me hice entender:
-Disculpá, ¿quisieras pasar el resto de tu vida conmigo?-
Como tenía los audífonos puestos, alcanzó a darse cuenta de que le hablaba pero no entendió mis palabras. Ahora sí se sacó los audífonos y me preguntó cordialmente si le había hablado.
-Sí...te preguntaba....si....está bueno el último de Murakami...- balbucié.
Era realmente imposible repetir la primera frase nuevamente, creanle a este humilde Casanova.
-Lo acabo de empezar, todavía no puedo juzgarlo la verdad
Y casi mientras contestaba volvía a ponerse los audífonos, clara señal de no tener ansias de sociabilizar.