miércoles, 20 de marzo de 2013

Historia 28: Sobre gustos no hay nada escrito.


Hace unos días dejé mi bicicleta Anacleta afuera mientras compraba frutas, y cuando volví a buscarla, ya no estaba. Me había abandonado. Se lo comenté a mi verdulero amigo que solamente atinó a decirme: "Todo pasa por algo, pibe". Yo, mitad triste, mitad confundido, me dirigí a mi próximo destino a pie, como Manuelita en su canción. ¿Será realmente que todo sucede por algo? ¿Si dejaba la bicicleta en otro lugar me la robaban igual? ¿Si en vez de comprar un melón compraba arándanos hubiese sido otra la historia?

La parada siguiente era mi negocio predilecto de empanadas.
Juliana me recibió con una sonrisa.  Le conté sobre el hurto de mi bicicleta y se apenó por mí, pero de repente tuvo una ocurrencia que le iluminó el rostro:
-Te voy a regalar una empanada para que no estés tan triste. Podés elegir el gusto que vos más quieras.
-Dejame pensar...voy a llevar una de.... humita.
De repente Juliana cambió la expresión. Me miró con desconcierto y parecía que no sabía como debía proceder.
-¿Pasa algo, Juliana?-le pregunté.
-¿Humita?- me preguntó indignada.
-Sí, ¿no te quedan más?
-No, no es eso- respondió Juliana mientras buscaba un block de hojas anillado debajo del mostrador. -Se suponía que no ibas a pedir humita. Queso y cebolla tenía que ser.

Juliana arrancó una hoja del block y me la pasó. La hoja leía en su extremo inferior derecho "página número 450029" y a mitad de la hoja figuraba mi nombre en letras mayúsculas acompañado de dos puntos y comillas: "Dejame pensar...voy a llevar una de...queso y cebolla".
Juliana nerviosa se quedó sin decir nada. Yo me animé a pedirle el block. Ella separó unas hojas y me lo entregó. Lo abrí en la página anterior y aparecía el episodio del hurto de mi bicicleta Anacleta. Al azar fui algunas cien páginas para atrás y me encontré en una escena en la que le decía a Mercedes que ya no podíamos seguir saliendo justo cuando un automóvil pisa un charco y me empapa. Seguí pasando las hojas hacia atrás y paré justo en un diálogo que había sostenido con mi amigo Santiago algunos meses atrás en el que me pedía que no le contara a nadie sobre su fetiche secreto con las mujeres que atendían en los peajes.

Juliana se dio vuelta para atender a otro cliente que había llegado. El block que me había entregado terminaba con la escena que estaba viviendo en el momento. Yo sabía que detrás del mostrador ella se había quedado con las páginas restantes. ¿Cuántas páginas le quedaban a mi vida? ¿50?¿50000? ¿Quería ver cómo seguía la historia? Juliana me miraba de reojo mientras entregaba un pedido.
Me senté a pensar en el banquito donde tantas veces había esperado mis pedidos. Juliana debió haber visto mi rostro de confusión ontológica y se sentó a mi lado. Permanecimos así unos minutos. Juliana aprovechaba el silencio para descansar de sus clientes. Yo ya no tenía hambre de humita ni de queso y cebolla. Con tantos años de madre encima, se quitó el pañuelo blanco de su cabeza, me miró fijo a los ojos y me alivió.
-No te preocupes. Termina todo bien- dijo en voz bajita luego de guiñarme el ojo. Me acercó una empanada de humita y mientras nos paramos dijo ahora en voz alta para que todos en el local escucharan y nadie sospechara: "Mucha suerte. ¡Que te vaya bien!"